12 horas en Moscú, Rusia

Uno de los privilegios de ser colombiana desde la perspectiva de las relaciones exteriores es no necesitar visa para ir a Rusia. De hecho, hay demasiados países para viajar donde no se necesita visa y te reciben como si hubiera llegado la Reina Isabel.
Antes de mi viaje, me preguntaba si Boeing hacia los aviones para los rusos. Todos sabemos que Rusia y Estados Unidos son políticamente distintos entre sí, pero se han mantenido en competencia desde mucho antes de la guerra fría; a finales de la segunda guerra mundial, los Soviéticos afianzaron su rivalidad al enviar el primer hombre al espacio en la misión Yuri Gagarin. Para entonces, nadie sabía que la URSS se estaba preparando para navegar más allá de la exosfera y cayó como un balde de agua helada en la cabeza de muchos, entre ellos, los norteamericanos. Sin embargo, no era la primera vez que los soviéticos se proyectaban capaces en la carrera espacial; con el Sputnik 1 y 2, ya habían dejado marcas de su potencial hacia el mundo exterior.
Uno de los sectores de mayor producción de empleo en Rusia fue siempre la industria aeronáutica. Supe recientemente que la Corporación Aeronáutica Unificada de Rusia había lanzado su más novedoso avión, que entre otras cosas iba a competir con Airbus 320 y el Boeing-737. El MS-21, el nuevo juguete de la CAU, costó desarrollar unos 1.500 millones de dólares. Yo, esperanzada en montarme en uno, salí volada a comprar mi tiquete en Aeroflot. Decepción absoluta cuando me voy subiendo en un Boeing 737 y al regreso un Airbus 320. Sin embargo, mi estadía en Moscú fue de lo más grata. Hice de todo y hasta regañada por una mujer policía salí.
La llegada al aeropuerto Sheremetyevo
Al bajar del avión comencé a entender el alcance del artículo 29 de la constitución rusa: El derecho a la libertad de expresión. En el numeral primero de ese artículo, se garantiza el derecho de expresión. En su numeral segundo, se limita. Dice más o menos así: “se garantiza el derecho a la libertad de expresión.” Párrafo seguido, “toda publicidad incitando al odio y a la lucha racial, nacional y religiosa son inadmisibles.” Los rusos lo tienen todo fríamente calculado, en cuanto al derecho de prensa, se inventaron la agencia Roskomnadsor donde hasta los blogueros como yo tienen que inscribirse; allí se verifica si la información a publicar se encuentra entre los límites de decencia y expresión sugeridos en la constitución.
Evidentemente para los extranjeros hay otro conjunto de normas, entre ellas, la limitada participación en medios de comunicación rusos y el acceso a Internet. Toda ésta historia para contarles que no me pude conectar a Facebook, Twitter, o Instagram hasta que llegué a mi hotel. Además, se me complicó la comunicación con mi guía, Klim, quién esperaba que yo trajera roaming para llamarlo.
De entrada, en el aeropuerto fuimos acosados por todos los taxistas y guías turísticos porque con o sin plan, te caen como si fueran palomas detrás de arroz, peor que ir al hueco de Medellín. Mi guía, el más pasivo del mundo; después de una hora de estar esperándolo, me acerqué a uno de mis “acechadores,” y les pedí un minutico de celular, si, un minutico, a la colombiana. Klim me esperaba entre el tumulto con una pantallita del tamaño de un iPhone 4 que decía “JODONA.” Entenderán que después de ese día, me cambié mi nombre de WhatsApp, ¡naturalmente!
Nos fuimos a cenar y recorrer los monumentos más populares de Moscú, disfrutando del gélido verano moscovita.

El restaurante y la culinaria
Llegamos a un restaurante de comida típica llamado KoPuma. Allí nos recibieron con tres tragos de vodka para cada uno; el original, el de arándanos agrios y el de rábano picante. Probamos lo más típico, desde Salo (grasa de cerdo), hasta Holodec (paté y mermelada). El caviar rojo y la lengua de ternera fueron unos de mis platos favoritos. No dejamos de ordenar los famosos Golybci (hojas de repollos rellenos), Blinis (crepes) y Pelmeni (dumplings de carne). Yo no viajé con niños, pero estoy segura que, si lo hubiera hecho, a mi hijo le hubiera encantado el Kvas (Pony malta rusa).

Los monumentos y una reprendida
Klim es un joven ruso de unos veinticinco años. No tan alto, de tez blanca, cabello castaño oscuro y con facciones muy toscas. Estudia durante el día y trabaja durante la noche como guía turístico para pagarse los estudios. Él es un joven supremamente amigable, le dije cuanto me sorprendía su amabilidad porque los rusos tenían fama de zafios. Me contó mucho de los rusos y sus costumbres; de lo familiares que son y de su generosidad sin límites. De su escasa confianza en la necesidad de la medicina y su devoción por los amigos. Klim me dijo, “si quieres tener un amigo al que no tengas que llamar nunca y esté ahí para ti siempre, ¡debe ser un ruso!”
Mientras conversábamos, nos dirigimos a varios lugares localizados en el corazón de Moscú, entre esos el Kremlin. Una majestuosa fortaleza construida primero en madera alrededor del año 1.100 y reconstruida por el Zar Ivan III a finales del siglo XV. Es uno de los monumentos más reconocidos de Rusia y declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, no solo por su acumulación histórica, sino su riqueza religiosa y cultural. Dentro de este solemne complejo se encuentran cuatro palacios y el mismo número de catedrales contenidos en una muralla de más o menos treinta metros de alto, constituida por varias torres; entre muchas otras la del Zar, San Nicolás, de la Trinidad, la del Agua, etc. Este edificio se encuentra vigilado excesivamente durante los 365 días del año y una de las razones es que la residencia oficial del presidente Putin se encuentra allí.

Le pedí a Klim que me tomara una foto con el fondo del Kremlin, pero no quería que saliera el vallado resguardado de fondo. Así que, de desobediente e inculta me brinqué el muro. Tan pronto salió el flash de la cámara, escuché un grito de una oficial rusa quien se acercaba furiosa regañándome. No tenía que saber ruso para entender que muy probablemente me iban a llevar presa, si contaba con suerte. Me ubiqué detrás de Klim y bajé la cabeza; su temperamento no me asustaba pues yo fui criada por una vallenata hija de santandereana y ya tengo escamas; pero no conocer el sistema jurídico y haber visto tantas películas sobre la KGB me mataron de susto. Finalmente, y después de muchas explicaciones dadas por Klim, la oficial nos dejó ir, evidentemente, o no estaría contando la historia, al menos no desde mi oficina.
Pocas horas nos quedaban antes de viajar a Berlín y yo estaba agotada ya. Así que en menos de cuatro horas paseamos por cada una de las torres del Kremlin, el Gran Palacio del Kremlin, donde vive el presidente Putin; la plaza roja, la histórica catedral de San Basilio y la de Cristo Salvador. De ésta última me abrumó su historia. La Catedral de Cristo Salvador fue construida dos veces: la primera como celebración de la derrota a Napoleón, y la segunda porque en una de sus pataletas, Stalin la mandó a demoler para construir el Palacio de los Soviéticos, acabar con el legado religioso ruso e imponer el estado socialista. Por falta de fondos, como en todos los estados socialistas, no terminaron de construir el palacio y edificaron una piscina pública. Después de muchos años y con el desplome de la Unión Soviética, el primer presidente de la Federación de Rusia y declarado nuevo demócrata, Boris Yeltsin, apoyó la reconstrucción de la Catedral de Cristo Salvador, la cual se convirtió en la Catedral ortodoxa más alta del mundo.

Finalmente recorrimos el Centro Internacional de Negocios de Moscú; una zona que está en construcción desde 1991 y será el primer centro de negocios y entretenimiento combinado con un espacio residencial en Europa del Este. Los Edificios son súper modernos, y dan una impresión de desarrollo económico sin igual. Aunque la realidad es otra, Rusia ha avanzado económicamente mucho, pero ese avance no se ve reflejado socialmente; no hay una clase media numerosa sino un grupo muy pequeño adinerado, un grupo pequeño de clase media y un grupo muy grande de clase pobre y el salario mínimo no sobre pasa los 110 dólares al mes.
Llegué a dormir al hotel. Sobra decir que los rusos no tienen ni idea de atención al consumidor. Sin embargo, una recomendación para pasarla bien es no tomarse nada a personal; los rusos son bastante rudos, pero como dijo Klim, muy leales.
Así me despido, hoy desde Moscú, mañana desde algún otro lugar.
Instagram @saluakamerow